Opinión: En el centenario de Antonio Fontán

Se cumplen cien años del nacimiento del intelectual sevillano, que aúno universidad, periodismo y política. Su trayectoria refleja una época y un país

El filólogo Antonio Fontán. EFE

"La historia es maestra de la vida, pero eso es verdad también permutando sujeto y predicado. La vida es maestra de la historia". Con esta elocuencia se expresaba Antonio Fontán en diciembre del año 2000 tras recibir el Premio Brajnovic. Latinista de formación, Fontán conocía a fondo la obra de Cicerón, cuya semblanza política, filosófica y literaria constituyó su última contribución académica, publicada póstumamente. Pero más allá de la cita, tan natural como madurada en alguien con su bagaje, Fontán sabía que esas palabras respondían a un hecho cierto; más que nada, porque él mismo lo había experimentado en carne propia: no hay historia sin hombres que la protagonicen, que diría Daniel Capó.

Fontán nació en Sevilla hace hoy 100 años. La suya, como más de uno ha coincidido en señalar, fue una vida dentro de muchas. Todas ellas giraron en torno a la "comunicación humana", nexo de unión que a su juicio permitía aglutinar los tres ámbitos profesionales en los que se desenvolvió: la universidad, el periodismo y la política. Fontán aunó los tres, de ordinario de manera simultánea, sin parecer desordenado o cuando menos disperso. Más bien, todo lo contrario. Así, ejerció de catedrático en las universidades de Granada, Navarra, Autónoma de Madrid y Complutense. Fundó las revistas La Actualidad Española (1952) y Nuestro Tiempo (1954). Columnista habitual en prensa desde 1957, fue el primer director del Instituto de Periodismo de la Universidad de Navarra (actual Facultad de Comunicación); comandó el diario Madrid desde 1967 hasta su cierre por orden gubernativa en 1971 y creó Nueva Revista de Política, Cultura y Arte en 1990, tras su jubilación académica. De familia monárquica, perteneció al Consejo Privado de don Juan de Borbón, siendo el emisario escogido para transmitir a su hijo la legitimidad dinástica que el régimen de Franco Je había apremiado a saltarse. Miembro destacado del sector liberal de UCD, presidió el Senado Constituyente, refrendando con su firma la Constitución vigente, y fue Ministro de Administración Territorial con Adolfo Suárez (1979-1980).

La simple enumeración de sus actividades confirma que, aun a pequeña escala, la trayectoria de Fontán refleja una época y un país. Esto se debe en parte a su figura, polifacética y sobresaliente. Fontán no sólo fue capaz de hacer "algunas cosas", como atinó a resumir con cierta modestia en su lecho de muerte, sino muchas. La mayoría de ellas, incluidos sus fracasos, dignas de mérito. Entre otros, el título de Press Freedom Hero recibido por su labor al frente del Madrid "independiente". Pero sobre todo a su voluntad de tomarse España en serio. Estaba convencido de que el nuestro era un proyecto político de vida en común fraguado durante siglos que bien merecía la pena. Y a ese empeño le dedicó sus trabajos y sus días. "Por mí que no quede" y "estar presente", según rezaban dos de las máximas a las que solía acudir a la hora de explicar su compromiso cívico. 

A Fontán Je tocó vivir un paréntesis histórico que procuró no cerrar en falso. Ese era el reto de su generación, la "modernización de España". A medida que las circunstancias lo hicieron posible, y la edad le instó a ofrecer más respuestas que preguntas, fue cobrando conciencia de la necesidad de asumir esta tarea en primera persona. Leyó, estudió, viajó, aprendió de maestros, colaboradores, amigos y alumnos con los que tuvo ocasión de encontrarse, y, en fin, vivió, sin experimentar más vuelco en sus ideas que la evolución lógica marcada por el transcurso de las décadas. Fontán no hubo de abjurar de sus convicciones cristianas ni de su pertenencia al Opus Dei para buscar soluciones que restañaran la convivencia en otro tiempo quebrada. Le bastó ajustar su mirada al mundo circundante para comprender que el catolicismo, entre otras herencias recibidas, no había de ser por fuerza un factor vertebrador cuando podía y debía preservarse como seña cultural irrenunciable. Y en el momento de dar un paso adelante, consciente de que una ruptura supondría con toda probabilidad un salto al vacío, optó por una reconciliación al amparo de la Corona basada en la implantación de un sistema de libertades. Enesta aspiración, en el consenso generalizado que suscitó y no en el olvido, consistió la Transición.

Fontán fue uno más dentro del elenco de actores que participó en su realización. Al margen de los cargos que desempeñó, su papel fue básicamente el de tender puentes, persiguiendo acuerdos aunque fueran de mínimos. Por ello se convirtió en una referencia. No sólo a derecha e izquierda, sino en todas direcciones, una extraña anomalía teniendo en cuenta ese mal endémico llamado polarización. Su ascendencia y prestigio venían de lejos, pero fue en esos momentos cuando Je hicieron acreedor de un reconocimiento unánime por parte de amplios sectores de opinión. Una justa fa1na que Fontán alcanzó ya en vida y se puso notablemente de manifiesto a raíz de su fallecimiento.

Con todo, se podría afirmar que el elogio de sus aciertos lleva implícita la denuncia de sus errores. Pues, como toda obra humana, la de Fontán también quedó afectada por lo limitado de su alcance. Para algunos la culpa la tendría ese "extremo centro" indefinido por naturaleza; para otros, el ingenuo optimismo de creer que la senda constitucional emprendida en 1978 sería un camino de rosas. A la luz de los hechos acaecidos desde entonces, causa rubor imaginar la reacción de Fontán a los vicios borbónicos, los excesos de la partidocracia y la deriva autonómica, por no ampliar la lista de desgracias.

Pero aunque su nombre apenas trascienda en nuestros días, la España sin Fontán echa de menos su consejo, su opinión y su aliento. El consejo a quienes acudían a él como formador de vocaciones políticas. La opinión a quienes le leían como escritor político, o como político que escribe. El aliento a quienes sencillamente como él consideran España como una esperanza que nadie tiene derecho a defraudar.

Jaime Cosgaya García  es doctor en Historia y profesor del Colegio Internacional Peñacorada. También es autor del libro "Antonio Fontán (1923-2010). Una biografía política" (EUNSA, 2020).