“Las casas del Campus no son cajas inertes, sino espacios para convivir”

El profesor, Carlos Soria, publica en la editorial Eunsa ‘Las casas del Campus de la Universidad de Navarra’, un libro con 5.000 fotografías en su mayoría de Manuel Castells, en el que relata la historia de sus 26 construcciones. 

Carlos Soria en la plaza de la Biblioteca Central (al fondo) de la Universidad de Navarra, en Pamplona. MANUEL CASTELLS

ION STEGMEIER

Pamplona

El veterano profesor de Periodismo Carlos Soria Saiz (Valladolid, 1936) escribió hace dos años un gran libro sobre los jardines del Campus de la Universidad de Navarra en Pamplona. Ahora, completa ese trabajo con otra publicación en la que pone el foco en las facultades, colegios mayores, museos y demás edificios que crecen en ese inmenso parque y que él llama “casas”, son 26, y se han ido construyendo a lo largo de 65 años. Doctor en derecho, periodista y cofundador del Innovation Media Consulting Group, Soria cuenta en Las casas del Campus de la Universidad de Navarra (editorial Eunsa) con alrededor de 5.000 fotografías, en su mayoría tomadas por Manuel Castells Clemente (Pamplona, 1963), fotógrafo y director del Archivo Multimedia de la UN.

¿El campus de la Universidad de Navarra sería el más americano de las universidades europeas?

En ese sentido, lo sería más bien la Ciudad universitaria de Madrid, que fue levantada a partir de 1929. Efectivamente, fue el primer Campus que se diseñó en Europa siguiendo las directrices del modelo norteamericano, aunque la guerra civil española de 1936-39 destruyó más de su 40%. Ya en los años 60, la Universidad de Navarra apostó también en Europa por los conceptos de Ciudad universitaria y Campus de edificios independientes entre grandes zonas verdes.

¿Hasta qué punto han sido determinantes las características del terreno para configurar el campus tal y como es hoy?

Las características del valle del río Sadar han tenido un fuerte influjo. Es un valle no muy ancho, alargado, con laderas no demasiado pronunciadas, recorrido por un río, que siempre es una bendición desde muchos puntos de vista. Son unas tierras con historia larga y apasionante: los campos de Acella, el Camino viejo y el Camino nuevo de Santiago, que han sido la senda de los peregrinos desde el siglo X, o la Cañada Real que va del corazón de Navarra al corazón de Guipúzcoa.

¿Y los modos de enseñanza? Dice en el libro que el edificio Amigos está estrechamente relacionado con las características del Plan Bolonia. 

El edificio Amigos aspira a que los estudiantes vivan allí todo el día y lo pasen muy bien. Los diferentes modos de investigar, transferir conocimientos, y compartir con los universitarios la pasión de servir a toda la sociedad, han influido permanentemente en los edificios. El edificio de Ciencias mira hacia adentro, a la concentración y quietud de aulas y laboratorios. Los Comedores intentan potenciar su función de descanso con la integración del paisaje y el río; Arquitectura quiere que todos vean todo y aprendan de todos. La Biblioteca Central aspira a ser un sitio donde se esté muy a gusto. Comunicación potencia la luz interior para hacer un lugar de encuentro de profesores y alumnos, etc.

¿En este pequeño reino la Clínica sería el castillo, el buque insignia del campus?

Todos los edificios tienen su función, su calidad y su belleza. No compiten entre sí. La Clínica es sin duda el edificio que más ha crecido en el Campus. Es magnífico pero me resisto a llamarle “castillo” o “buque insignia”. La casa solariega del Campus es el Edificio Central; y la plaza por excelencia, la de la Biblioteca Central.

A lo largo de estas décadas, ¿ha observado que se haya desarrollado un sentimiento de pertenencia a la facultad de cada alumno, de “casa”, como dice citando a Gaston Bachelard?

Todo espacio realmente habitado, dice Bachelard, lleva como esencia la noción de casa. En las casas no sólo nuestros recuerdos sino también nuestros olvidos están “alojados”. Las casas del Campus no son cajas inertes, sino espacios para convivir, geometría arquitectónica que estimula el afecto y el respeto entre las personas. Territorios en los que el hombre y la mujer se sientan y se muevan con libertad y se encuentren en paz.

El libro incluye muchas curiosidades. El edificio Central cuenta con una sala de fumar y de juego del barco ‘Mallorca’, en Ciencias hay una colección de ciencias naturales del colegio de Lecároz y una farmacia alavesa que se donó, y en Comedores estaba una colección de instrumentos musicales… ¿qué rincón le fascina más?

Me fascinan todos los objetos, después de que me ha tocado descubrir una parte de ellos y conocer con detalle su historia. Estoy de acuerdo con la escritora Marta D. Riezu cuando dice que el encuentro con los objetos activa nuestras conciencia. En el caso de la Universidad de Navarra esos objetos nos cuentan su historia y sus raíces más familiares. Si tuviera que elegir entre todos los objetos que describe el libro, me quedaría con dos: el Cristo castellano del siglo XIV, que está en el antiguo oratorio de la Clínica; y la cámara de la sala de fumar y de juegos del vapor Mallorca (1914-1973), situada en el semisótano el Edificio Central.

En Comedores se colocó recientemente una placa del Docomomo (Movimiento Moderno). ¿Tienen estos edificios el reconocimiento que merecen?

Sí, por supuesto. Hay un notable esfuerzo de mantenimiento y limpieza en los edificios de la Universidad, que ya van teniendo sus años, y que se manifiesta en su estado de conservación. Me ha parecido de justicia dedicar el libro a los hombres y mujeres que han colaborado en la construcción de estas casas, sin olvidar a los que han facilitado con generosidad los medios económicos para levantarlos y los que con su trabajo discreto han cuidado –y siguen cuidando– de su mantenimiento y de la dignidad de su limpieza. Esta es la mejor forma de reconocerlos.

El Museo Universidad de Navarra, de Moneo, es una de las grandes apuestas arquitectónicas. ¿El futuro Centro Bioma, de Patxi Mangado, supondrá algo parecido pero desde las Ciencias?

El Centro Bioma será seguramente un edificio muy bello, con vocación de catalizar la sensibilidad medioambiental dentro y fuera de la Universidad. Como ya lo es el Museo Universidad de Navarra en el ámbito propio de la cultura y el arte contemporáneo.

¿Cómo se imagina el campus del futuro? ¿Seguirá creciendo?

La Universidad, cuando vino a este Campus, parecía estar más lejos del centro físico de Pamplona. Pero la ciudad ha crecido mucho y ya está en uno de los límites del Campus. Cuando se construyan la estación del AVE y todo el plan de viviendas y servicios previstos, Pamplona llegará también al otro lado del valle del Sadar, integrando totalmente el Campus. Todavía hay espacio para construir nuevos edificios, pero me gustaría que no se abigarrase el Campus, ni se desnaturalizase su estilo o se perdiera su sentido último: un gran parque al servicio de Pamplona. Si fuese preciso, pienso que siempre será preferible elegir un nuevo emplazamiento en el entorno de Pamplona y empezar a construir allí el segundo campus pamplonés de la Universidad de Navarra.