La filóloga María Luisa Regueiro publica un estudio sobre las formas expresivas más informales de varias generaciones

El mogollón del léxico juvenil en España

RAFAEL FRAGUAS, Madrid

Las palabras tienen una plasticidad que los jóvenes enuncian y manejan de una manera especial. Torsiones, giros, sufijos y préstamos de palabras y conceptos, forman parte del repertorio de particularidades y atajos entre las que se desenvuelve su habla, desde la adolescencia a la juventud. ¿A qué obedece la peculiar relación juvenil con el lenguaje? ¿Por qué razón su manera de expresarse se singulariza de tal modo? Hay fórmulas distintas para  responder a estas cuestiones. Generación tras generación hay una pulsión típicamente juvenil de rebeldía y de síntesis, que obliga a los más imaginativos de entre ellos a encararse con las convenciones implícitas en el lenguaje de los adultos y a emprenderla contra los significantes a costa de los significados. O, en plata, a alterar el sonido de las palabras para afrontar la rigidez adulta de su sentido y, si lo consiguen, cambiarlo también.

Del origen del lenguaje específico de la juventud versa el Diccionario del Léxico Juvenil en España, recién publicado. Su autora, la filóloga y lexicóloga argentina María Luisa Regueiro, profesora titular de Lengua Española y Teoría de la Literatura de la Universidad Complutense, ha invertido 20 años en su hechura. El libro va preludiado por un estudio lingüístico basado en una investigación de campo sobre los usos del habla de este amplio sector de edad. Incluye más de 3.000 unidades léxicas, algunas de las cuales han engrosado ya el repertorio de la Real Academia Española, actualizado muy recientemente con 400 nuevos términos. 

En este segmento de edad, juega un papel destacado el humor, que suele manifestarse en un desajuste intencional entre significante y significado, esto es, entre sonidos y sentidos. Se entrelazan lógicamente o se distorsionan humorísticamente mediante la agregación de sufijos o desinencias —por ejemplo ata (bocata, fumata, segurata…), tuqui (fiestuqui…) o el aluvión de metáforas madera (Policía), tronco (amigo), colega (compañero), peña (gente), echar un polvo (hacer el amor) o sinónimos como maría (marihuana), canuto, peta, (cigarrillo de marihuana), tan típicos de estas formas expresivas juveniles—. Y, como rédito añadido, le hacen creer al joven que sus ingeniosos modismos son verdaderas innovaciones propias: muy pocos de ellos saben que palabras consideradas de su invención o calificadas como totalmente nuevas, permanecen en el éter lingüístico desde hace siglos. Es el caso de marcha, petar, baranda…. 

Se trata de verdaderos arcaísmos, ya presentes en el Tesoro de la Lengua castellana de Sebastián de Covarrubias, que data de 1611. Así, la palabra mogollón tiene su origen, en torno al siglo XVII, en los corderillos que, huérfanos de madre, acuden a mamar la leche de otras ovejas del rebaño a costa de los demás lechazos. No obstante, los jóvenes le aplican un desplazamiento semántico y con él se refieren a amplitud cuantitativa, por extensión, enormidad o barullo. Esta es una práctica habitual observada en el empleo del lenguaje por la juventud, según destaca la autora del nuevo diccionario: “De los múltiples significados de un vocablo, seleccionan uno o dos y los resaltan en su uso frente a todos los demás”. Caso señero añadido es el de la palabra mazo, muy utilizada en nuestros días, que originalmente en el siglo XVI definía un haz de ramas o sarmientos. Sin embargo, los jóvenes la identifican únicamente con la idea de cantidad: mazo de peña (mucha gente).

Hay asimismo préstamos de otras lenguas. Así, piltra, otro término muy extendido, hoy con el significado de cama, es un aporte procedente del francés, peautre, que era un lecho plegable usado por los soldados durante las guerras europeas. La palabra brasa, onomatopeya de origen sueco referida al crepitar del fuego, en la jerga juvenil adquiere hoy el significado de molestar, dar la brasa. En cuanto a borde, antipático, se asocia a la idea de límite de la sensatez.

La manipulación semántica de los jóvenes incluye asimismo la de algunos americanismos. Por ejemplo, la palabra pivón, empleada para referirse a una persona de gran lozanía y hermosura, procede de un argentinismo, a su vez procedente de un dialecto genovés, la palabra pibe, que designa a un muchacho aprendiz, generalmente apuesto. Los jóvenes, aquí, cambiaron su género al femenino, jugaron con la fonética, añadieron un sufijo superlativo y obtuvieron efectos sonoros y descriptivos a expensas de alterar su escritura y significado originales. Hay también muchas palabras de la jerga joven que pueden ser consideradas como españolismos, aquellos que únicamente se entienden en el contexto social español.

El libro cuenta con un trabajo de campo que incluye 3.000 términos

Mazo designaba en el siglo XVI un haz de ramas o sarmientos

Piltra, usado con el significado de cama, es un aporte del francés ‘peautre’