«El libro es un comienzo realista y una promesa de investigación ilusionante». Reseña sobre «Encubrimiento y verdad».

Hay tres decisiones de pensamiento que explican la estructura de este libro. Probablemente constituyen su mejor aportación. La primera es el planteamiento abierto de sus secciones: (1) ¿qué nos pasa?, (2) ¿qué miramos?, (3) ¿qué dejamos de ver?, (4) ¿qué futuro nos espera? Formulando preguntas, a modo socrático, este trabajo muestra la complicidad misma de sus autores en la búsqueda de las respuestas que demanda un mundo en crisis. Aunque las consideraciones que hacen sus autores son propositivas, desde el comienzo, el libro constata la necesidad de seguir pensando sobre los desajustes, pérdidas y las “enfermedades sociales” de Occidente. Con ello, Montoya Camacho y Giménez Amaya parecen desterrar del discurso toda pretensión de agotar las preguntas a través de clichés o de reivindicaciones infructuosas. Por eso, el libro es un comienzo realista y una promesa de investigación ilusionante. La segunda decisión es haber apostado por un refuerzo intelectual lleno de frescura porque está arraigado en la actualidad. Venida directamente de la mano de un grupo de pensadores del siglo XX y XXI -cuya clarividencia debiera ser imperativo del cambio-, la conversación que promueven Montoya Camacho y Giménez Amaya está bien situada en el tiempo histórico. No es fácil lograrlo: suele suceder que el análisis sociológico implícito (dado que la realidad del mundo hoy se presenta dramática) apunta a una destrucción total, a una “vuelta a la barbarie” imposible de frenar en su conjunto. Oponiéndose a esa orientación, el libro apela a la inteligencia y la conciencia de cada persona como palancas para el auténtico cambio. 

Por último, la tercera decisión es haber hecho una propuesta cristiana. De hecho, como se manifiesta en el libro, parte de la maniobra cultural que impide recuperar la salud pública consiste en haber logrado instalar con perspicacia un relato anticristiano, como panacea para la recuperación. Junto con la deslegitimación y el “cuestionamiento” de la tradición judeocristiana, se ha tejido un patrón de causa-consecuencia, por el cual los discursos culturales le atribuyen la culpa de los males anti-civilizatorios y de las opciones retrógradas. En ese sentido, es muy recomendable reflexionar sobre un apartado discreto (pero no menor) en el libro dedicado a revisar en profundidad las relaciones entre “cristianismo y modernidad” (pp. 238-244, en particular). Montoya Camacho y Giménez Amaya han tenido la precaución de ponderar convenientemente las aportaciones modernas de la razón crítica –en el orden científico y político-, al modo en que lo logra Robert Spaemann. Pero también son muy conscientes de la problemática generada por la Modernidad (pp. 55-58).

Pese a todo, aunque no es seguro, parece más que probable que la esperanza que recorre las páginas de esta obra nazca de una mirada libre sobre la fe del cristiano. Coincide con el mismo impulso que llevó a Rémy Brague, uno de los autores más citados del libro, a preguntar lisa y llanamente “¿quién nos asegura que el cristianismo haya tenido tiempo de traducir a instituciones la totalidad de su contenido? Tengo la impresión de que todavía estamos en los comienzos del cristianismo”, (Mitos de la Edad Media, p. 50). Eso es vivir de esperanza. Para Montoya y Giménez Amaya, “(...) la esperanza no merma la importancia de las tareas temporales, más bien proporciona nuevos motivos de apoyo para su ejercicio. Esta esperanza transformadora del mundo presente debe ser asimismo vivida en la esperanza del «más allá»” (p. 298).

¿Una imagen dramática del mundo de la persona hoy?

En primer lugar, en el diagnóstico sobre el estado de salud de la sociedad occidental (qué nos pasa) se siguen dos líneas de trabajo. La primera consiste en establecer un trayecto racional a través del cual remontarse a las posibles causas del malestar de Occidente. Ahí se advierte el respeto por la tradición de pensamiento que aún pervive porque tiene mucho que decir en la investigación sobre la antropología y el sentido del hombre en el mundo. Tampoco se sobrestima la riqueza y viveza contenidas en las rebeldías y contradicciones presentes en el curso de los acontecimientos históricos, sobre todo, a partir del Renacimiento. Nada es inocuo para la Humanidad. La segunda línea, más vivencial, arropa los diagnósticos con la preeminencia de esas voces autorizadas cuyos discursos merecen ser reflexionados más que nunca: C. S. Lewis, L. Strauss, H. U. Von Balthasar, R. Girard, R. Spaemann, A. MacInyre y R. Brague. A ellos se puede sumar la singular presencia de L. Rodríguez Duplá y de una extensa lista de grandes autores. Por otro lado, la bibliografía abundante es una prueba más de cómo el libro se fundamenta sobre una base literaria poderosa: estos pensadores han amado y aman Occidente. Por lo cual, tampoco cabe dudar de que están rectamente interesados en reivindicar sus elementos civilizatorios y en cuidar de él en sentido estricto. 

El segundo capítulo –el más corto de todos- explica la gravedad que tiene la pérdida de visión de la realidad en nuestro mundo (qué miramos). De este modo, levanta una de las paradojas éticas en las que se encuentra atrapado todo occidental. Por ejemplo, ¿es necesaria la ética en un mundo regido por los avances científicos y tecnológicos?, ¿habría que apartarla como un estorbo al progreso –tal y como insinúa Carl G. Hempel-, después de demostrar cómo la ciencia no ofrece criterios de valor moral? Montoya Camacho y Giménez Amaya dejan claro que “(...) la investigación y el desarrollo deben hacerse siempre en sintonía con la dignidad del hombre” (p. 126). Por eso, apuntan a recuperar la integración del hombre en la naturaleza, estado que se ha ido perdiendo a causa del imperio de lo tecnológico. Para saber lo que nos jugamos con ello, es decir, todo lo que se pierde (qué dejamos de ver), el tercer capítulo está dedicado a descifrar los aspectos éticos que hay involucrados en la vida humana desde su nacimiento hasta su muerte. Aparece ahí la relación con la naturaleza, la comprensión de las dimensiones corporal y racional del hombre, la reproducción (de especial interés por manifestar precisamente la paradoja más fuerte) y el envejecimiento. Se aprecia una vez más la debilidad y vulnerabilidad del ser humano y cómo una ética de las virtudes es más que nunca necesaria como logro de una libertad bien entendida.

Por último, en el capítulo final se alumbran posibles escenarios que se siguen de los males expuestos. ¿Qué puede pasarnos (o qué futuro nos espera), si damos curso a las enfermedades del diagnóstico? Aunque los problemas se vean globalmente, los ajustes finos se dan en el marco de una recuperación de la reflexión filosófica y de la teológica, pero descontaminadas de mitos. Quiere decir esto que hay evitar a toda costa una conducta inhumana. Como bellamente se indica en el Epílogo del libro, quizá el primer paso sereno sea volver los ojos a Dios. Él no ha dejado de mirarnos desde la eternidad.

Reseña por Ruth Gutiérrez Delgado