Directos al corazón de Tolkien

MAICA RIVERA

Calentamos motores para el día de leer a Tolkien (25 de marzo), pero no solo eso. Recuerda en el epílogo de este libro nuestro gran experto internacional en J. R. R. Tolkien, Eduardo Segura, que su maestro —«en el sentido fuerte de la expresión»—, José Miguel Odero, sacerdote y profesor de Teología Fundamental, fallecía en agosto de 2022 y fue un bonito esfuerzo editorial el hacer posible, poco más de un año después, por el cincuentenario de la muerte de Tolkien, la reedición crítica de este ensayo sobre el significado de los cuentos para el autor inglés, publicado originalmente en 1987 y que estaba descatalogado. Pero pensamos que es ahora, a las puertas del 70 aniversario de la publicación del best seller mundial El señor de los anillos (1954-1955), cuya conmemoración comenzaremos este verano, cuando adquiere pleno sentido e incluso alguna urgencia leer esta obra fundacional del pionero de los estudios de Tolkien en España, del maestro de maestros —Segura también lo es «en el sentido fuerte de la expresión»—. Porque, revisada y corregida, se trata, en efecto, de la más completa, preclara y extraordinariamente atinada guía de lectura de la Tierra Media, «plena de claves hermenéuticas» que permiten comprender el alcance verdadero de la invención tolkieniana y, por tanto, reivindicar «en todo su esplendor el designio artístico de uno de los filólogos más importantes del siglo XX y de uno de los subcreadores más inspirados e inspiradores de la literatura que arranca con Homero».

No es solo sentimental, por tanto, el enorme valor de este libro, que radica en su meritoria brevedad y concisión de manual. Algo más de 100 páginas sintetizan las ideas principales sobre lo que significó para Tolkien el arte de la escrituray la mitología. Nos hacen natural el salto desde la anécdota biográfica hasta la inmersión en la metafísica literaria, a través de una tematización rigurosa y la definición accesible de conceptos como «el deseo de dragones» —deseo de otro mundo—, o más complejos, como el de «eucatástrofe o catástrofe benéfica», un gozoso vuelco de la situación en una narración. Es representativo, por ejemplo, el apunte sobre el «ecologismo hobbit», tan apasionante de rastrear en El señor de los anillos en sus formas rebeldes y críticas de cántico a la belleza perdida de las tierras de Mordor en las que se nos invita a notar el recuerdo de la experiencia en las trincheras de la Primera Guerra Mundial.

Como clave fundamental de lectura basta una frase: «Nada de alegorías». Señala Odero que no sería lícito buscar paralelismos religiosos intencionados entre personajes o situaciones del mundo de la ficción y la historia real de la Iglesia y los misterios de la fe, porque las luces de lo cristiano aparecen en la obra literaria tolkieniana después de reflejarse en muchos espejos. Claro que el cristianismo está constantemente presente en la producción literaria de Tolkien, aunque nunca o casi nunca sea nombrado, subraya el profesor José Luis Illanes desde el prólogo; pero el autor se mantuvo «alejado de todo moralismo». Y, como última observación esclarecedora: frente a Aristóteles, Tolkien destaca la capacidad del mito para producir alegría y no solo temor o piedad. Respecto a El señor de los anillos, parece oportuno concluir con la consideración que de su obra magna hizo el escritor: responde a un «estudio del ennoblecimiento (o santificación) del humilde» que señala hacia la profundidad escondida en la vida ordinaria de las gentes vulgares.